La pasábamos muy sabroso en un penthouse de Sebucán. Cada noche no llegábamos a veinte, todos andábamos más o menos por los treinta, sobre todo muy atrevidos y experimentando. Asistían tres tipos de parejas: las platónicas, las del momento y las de una noche.
Esas fiestas se armaban en un dos por tres, comenzaban a la hora que fuera y siempre terminaban al día siguiente o dos días después, es decir de viernes a sábado, o hasta el domingo.
No había motivo, ¿o sí? Digamos que no era para soplar velas de cumpleaños precisamente, más bien era una celebración de la amistad, del cuerpo y sus particulares expresiones.
Fueron noches inolvidables para todos y particularmente eróticas, donde mi sexualidad explotó de placer. Recuerdo a una chica en especial, la prima de una buena amiga, de tez blanca, ojos grandes, tetas bellas, caderas espléndidas, con un apetito sexual infinito y, además, contaba con una abrumadora particularidad sexual, sí, el leitmotiv de este relato.
La noche comenzó como siempre, alcohol, salsa, casi todos fumábamos, algunos monte en la azotea, y nunca había nada para comer, eso era una constante. A la media noche aparecía una guitarra y coreábamos los éxitos del momento.
Cuando la selección musical bajaba en intensidad, comenzaban las miradas, los cariños, los besitos, los besos, las latas y las insinuaciones. Los sin pareja y sin suerte, arrancaban a buscar fortuna en otras partes, mientras los asiduos, los habituales buscaban rápidamente dónde acomodarse.
Habían cuatro espacios estratégicos en el penthouse para tener sexo, una azotea con un cuartico (el mejor y el más privado), un cuartico depósito al lado de la cocina (cómodo, pero desordenado), un baño con una puerta corrediza nada íntima (no tan terrible pero sí útil) y una terraza que daba de frente a la iglesia (para pecar frente al templo y al aire libre). Creo que todos en orden aleatorio y sin jerarquías nos servimos de esos lugares.
Mi pareja y yo comenzamos tarde a calentarnos, así que por los momentos nos quedamos detrás del bar, se escuchaban risas arriba, una nalgada en el cuartico, unos griticos pre-coito en el baño y una charla de convencimiento se veía en la terraza, reímos entre besos y caricias, le pase la mano entre la blusa y el sostén. Le toqué los pezones, ya estaban erguidos, duros como semillas de aceituna, ella me acariciaba el sexo por fuera del pantalón, pasaba la mano de arriba hacia abajo como estudiando la forma, se humedecía los labios, le saqué la blusa del jean ajustado a las nalgas, le solté el sostén, me estorbaba, deslicé mis manos por su espalda, iba y venía, de atrás hacía sus senos y viceversa. Me besó el cuello, mordiscos. Con la mano izquierda me apretó las nalgas, luego pasó por mi espalda y con los dedos dibujó algunas formas divinas hacia los hombros, con un paso de baile, me rodeó y se coló detrás de mí, subió un poco mi franela, sus tetas calientes las frotó contra mi espalda, desde atrás me abrió un poco el pantalón, me acarició la cintura a dos manos, me agarró el pene, lo apretó, lo saco del pantalón, lo acarició dulcemente, después hizo el típico movimiento manual de masturbación, duro poco más de un minuto, con otro paso de baile pasó al frente nuevamente, me besó y me hundió la lengua en lo más profundo de la boca, mientras me apretaba el pene, respiro profundo, le vi la cara y estaba encendida… Desapareció de mi vista, agachándose lentamente, me soltó y comenzó a sobarse las tetas con mi sexo y con su cabeza jugaba haciendo círculos a los pezones. Después lo agarró entre ellas y lo sobó un buen rato mientras le metía dos dedos en la boca. Chupó y lamió, le di un cubo de hielo y lo absorbió, y en seguida se metió pene y hielo en la boca, al mismo tiempo y de un solo golpe, se puso duro, siguió chupando y apretándome las piernas, las nalgas, con los ojos cerrados, inspirada. Yo iba a explotar. Se lo estaba tragando literalmente.
Escuché la oportuna puerta corrediza abrirse. “Nuestro turno” me dije, nos incorporamos de un brinco, me subí los pantalones, se abrochó la blusa, escondí el sostén en mi pantalón, escupió el hielo y le limpié la boca, la pintura de labios estaba regada y había algo de saliva alrededor.
Reímos, bebimos nuestro trago, los otros pasaron como si nada hacia la cocina, la agarré por un brazo y la jalé hasta el baño, cerré la puerta, nos desnudamos violentamente, la giré sin paso de baile, quedé detrás de ella, con su sostén le até las muñecas detrás de la espalda, la gire nuevamente, me senté en el toilette, la agarre por la cintura y la arrastré hacia mi, abrió las piernas, la baje lentamente y la penetré, se acomodó, movió sus caderas hacia adelante y hacia atrás, temblábamos, le acariciaba las nalgas y le besaba las tetas, descubrí el hueso del coxis, se lo acaricie y se movió más, me chupé el dedo medio derecho, con la izquierda la agarré por las muñecas atadas, le metí el dedo en el culo, apretó su sexo, respiró profundamente por la boca, exhaló y se vino ardientemente, la miré y me respondió con una mirada de «voy por más», y así fue.
Le saqué el dedo del culo, arrancó otra vez a moverse, le agarré las dos tetas al mismo tiempo, se las chupé y mordí, se paró de un golpe, de un brinco se volteó, me puso el culo frente a la cara y le metí la lengua, mientras que le hundía el pulgar izquierdo en la cuca, se le erizaron las nalgas, respiró profundamente una vez más por la boca, exhaló y se fue otra vez, y lancé un «coño, otra vez», afirmó con la cabeza.
La desamarré, se paró frente al lavamanos, se mojó la cara, y se dio unas palmaditas en las mejillas, abrió las piernas, paró el culo, la tomé por las caderas, la penetré nuevamente, frotó su culo contra mi, lo movía de un lado a otro, y de arriba hacia abajo, le besé la espalda y el cuello, subí las manos por de la cintura al pecho, se acomodó la cabellera, la agarré por el cuello, se lo apreté, la dejé sin aire por un momento, y le di duro, tres, cuatro veces, diez, cuando le iba apretar el cuello nuevamente, bajó la cabeza para evitarlo, respiró y se vino una vez más. Esta vez gritó de placer, descontrolada y eufórica, con más ganas aún, se lo saqué, se calmo y me confesó «soy multiorgásmica».
Nos vestimos igual de rápido que como nos desvestimos, a alguien le urgía el baño, al parecer los vecinos de la terraza habían pactado algo urgente también.
Pasamos por la cocina para ir hasta la terraza, en el camino me tropecé con una pantaleta azul, la agarré y me la metí en el bolsillo, los de la cocina fueron al bar, y los de la terraza al baño, de la azotea con cuartico nadie salió ni entró.
Serían como las dos y media o tres de la mañana, el Ávila a la izquierda, la iglesia al frente. Nos vimos la cara y sonreí, nos ocultamos entre los helechos, arbolitos y materas, veíamos a los del bar por las ventanas: ella estaba de espaldas montada sobre la barra, con las piernas abiertas y él la estaba chupando animadamente.
Mi amiga se bajó los pantalones hasta la rodilla, se agachó hasta ponerse en cuatro, lo saqué del pantalón, aún se mantenía duro y la penetre fácilmente, estaba lubricada, le metí el dedo gordo en el culo, y comencé a moverme, dos movimientos casi afuera y tres profundamente, un ciclo que repetí unas diez veces, le di un par de nalgadas, y cuándo me preparaba para la tercera, respiró profundo por la boca, otro orgasmo estaba llegando, temblaba, arqueó la espalda y se vino silenciosamente. Yo también estaba a punto, se lo sacó, se volteó hacia mí y se lo metió en la boca, y la comencé a coger por la boca, la agarre por la melena y la sacudía contra mi sexo, se comenzó a tocar, y cuando justo el semen se disparaba y yo sentía el placer de macho complacido, ella se vino por quinta y última vez por esa noche.
Nos quedamos inmóviles por un rato, sobre nuestras espaldas, sin decir nada, extenuados y profundamente complacidos.
Sonó el intercomunicador del penthouse, nos vestimos, nos arreglamos un poco, todo el mundo salió de sus aposentos. Era el hermano mayor de una de las chicas, que tenía como tarea llevarla a casa, creo que era la dueña de las pantaletas azules.