Me asomé por la ventana y estabas allí, achicharrada por el sol caraqueño de mediodía, me esperabas sentada en la parte delantera de tu auto, me viste y señalaste tu reloj con el dedo índice derecho, me desaprobaste con la cabeza, te lance las llaves y sin gritar te dije «me estaba duchando».
Abriste la puerta, venías acalorada y algo molesta por esperar afuera, vestías una falda hasta las rodillas, de algodón estampado con florecitas, sencilla, ligera, cómoda y nada sexy. Te serví jugo de parchita recién hecho y cambio tu cara, te di un beso y me mordiste.
Mientras te tumbabas en la cama, me dijiste con ironía «apúrate, que no pienso esperar todo el día» te mire e hice gesto de acelerar el paso, encendiste la tele y estaban pasando Kassandra; dijiste «asco». Apagaste la tele, reí y pasé al baño para terminar de afeitarme y evitar problemas mayores.
Regresé al cuarto, encendí la luz, estabas desnuda refrescándote las nalgas con el ventilador, te echaste de frente, con las piernas abiertas hacia la cabecera de la cama y los brazos hacia adelante, con la nuca descubierta y la cabellera rubia caía sobre el borde de la cama.
Con cuidado, oculte una cámara de vídeo en el anaquel de la tele, frente a la cama, y comencé a grabar. Hice algo de ruido para que te quejaras, y así fue.
«Ya terminaste» preguntaste irónica. No respondí, me acosté a tu lado, diste la vuelta, te acomodaste sobre la espalda y soltaste un indeciso «vámonos». Por mi parte no había nada de urgencia por salir de la cama. Agregué «un día me gustaría fotografiarte desnuda, y también grabarnos teniendo sexo», te sentaste sobre la cama, y respondiste «lo primero sí, lo segundo es poco probable», te pellizque suavemente la nariz, me atrapaste la mano y me mordiste. Tomé la cámara -siempre la tenía a la mano- y te hice un par de fotos primero, y después hiciste algunos gestos burlándote de las conejitas de Playboy. Olvide la sesión fotográfica, mejor ir por un polvo.
Me levanté y me seguiste con la vista, encogiste los hombros, fui al baño y recuperé una afeitadora nueva, espuma, un vasito con agua y una toalla, regrese, me senté a tu lado, y te pedí que revisaras mi afeitada, pasaste la mano por la barbilla, sobre el labio superior y las patillas, «sí está bien …» no habías terminado de decirlo, cuando te pase la mano llena de crema por el pubis, me viste con cara de brava por haber caído en la trampa, esparcí la crema, quite los excedentes, te echaste, te acomodé frente a la cámara oculta, me imagine el plano, lo disfrute en silencio, coloqué la toalla bajo tus nalgas, comencé a afeitarte, de arriba hacia abajo, luego de los lados hacia el centro, dejándote una línea de pelitos, lavaba la afeitadora en el vasito de agua, aparte los labios hacia un lado y pase la afeitadora con cuidado, y repetí el proceso del otro lado, volví a agregar algo de crema y repetí el proceso completamente. Miré tus pezones se endureciéndose, te pasaste la mano por los senos, y me veías fijamente, tu cara se sonrojaba, y el sexo se humedecía. Te la lave y seque, la tocaste, te tocaste, y me dijiste «cómetela».
Aparte las sabanas e instrumentos de afeitado, en esos días llevaba la cabeza rapada, te levante por la cintura, deslice un cojín entre tu espalda y la cama, te abrí las piernas y te acaricie con mi cráneo rapado, reíste primero y después respiración de placer, me acariciabas la cabeza también con una mano y con la otra te abrías los labios hirvientes. Subí la vista, te vi morderte la boca, te acaricié por los lados con la lengua, luego te la chupé, intermitentemente te chupé y te lamí. Allí aquí me quede más tiempo, y luego con mi barbilla jugué con tu pubis rapado, parecía piel de durazno con un hilo de pelitos.
Te di la vuelta, atrapaste la almohada con los brazos, paraste el culo, pasaste un brazo entre las piernas y comenzaste a tocarte, te metiste un dedo, te abrí las nalgas para ver mejor, te chupe el culo, te metí la lengua, te escupí dos veces y te seguí metiendo la lengua, tú seguías con tu cuca, me incorporé, me acerqué y te penetre por el culo, suave, lentamente, mientras avanzaba te abría más las nalgas, la piel se estiraba y se erizaba, me imagine tu cara en el vídeo y te di con fuerza, una, dos, a la cuarta gritaste «¡Acábame adentro ya!» … y comenzaste a venirte, te conocía bastante ya, golpeas la cama, respiras entre cortado, y meneas cortico y rápido las caderas. Y cuando el semen estalla te vas, te vas y golpeas la cama como loca, estrujas tu culo contra mí, duro, te calmas, y te lo saco lentamente, y dices “no” con la cabeza, gritas “¡No!”. Me quedo inmóvil, te tocas otra vez un par de minutos y te siento venir una segunda vez.
Unos segundos más tarde te lo saco, te volteas, me paro al lado de la cama y me lo chupas, lo acaricias suavemente y le das las gracias.
Diez años más tarde, y gracias a las redes sociales, te contacto, te envié primero las dos fotos que te había hecho desnuda en la cama. Investigué cuán atrevida sigues siendo, te habías calmado un poco. Te envié el vídeo. Pasó un mes sin saber de ti, pensé que te habías enojado, reapareciste y me preguntaste por más, querías ver más.