Caribe 07/1995

Hace dos días recibí un audio, doce minutos y veinte segundos, me lo envió alguien que no quería ser descubierta rápidamente, sonidos grabados de sexo, descubrí mi voz y la de una chica. Lo habían enviado desde una dirección de email “chimba” para no ser rastreada, con el título «Caribe 07/1995».

Cómo no recordar aquel polvo mañanero en aquella casa solitaria frente al Caribe. Ya han pasado más de veinte años, y cada momento recordado me emocionó tanto como aquella única vez en julio.

Llegamos en la madrugada del sábado, nos habíamos escapado de una ruidosa y alocada fiesta en el Maní es Así, alguien cercano a ambos se casaba, no nos conocíamos, cruzamos un par de frases en la fiesta, hacía calor y el sonido estaba horrible, salimos a tomar aire. Diez minutos más tarde no estábamos besando y manoseando al interior de su auto.

Entre un respiro y un beso, me dijo «quiero irme a la playa, me hace falta el sol y el mar», recordé que tenía las llaves de la casa de playa de una amiga, le dije que si, pero que teníamos que pasar a buscar las llaves y el traje de baño. Me beso, y asintió con la cabeza.

Ella manejaba muy bien, muy segura y experimentada, conocía al pelo la vía, escuchamos a todo volumen «Hombre al agua» de Soda Stereo, parada obligada en el bar Miami de La Guaira para comprar guarapita. Después de Los Caracas la vía a Todasana como siempre irregular, un río desbordado, un pequeño derrumbe, dos perros durmiendo a luz de un farol, el único en diez kilómetros.

Llegamos, y nos tomamos un par de vasos, estábamos cansados, así que nos quedamos dormidos rápidamente en una sola hamaca.

Desperté, y mi sexo estaba erguido, duro y algo babeado, creo que alguien se había servido de él en mi ausencia. Escuche la ducha y olí café recién colado, me quedé meciéndome y tocándome apenas un poco, a mi espalda escuche «es muy sabroso», me dio pena y volteé en la hamaca, la descubrí parada frente a mí, recién bañada, con una taza de café y desnuda. Trigueña de bronceado, algo más alta que yo, cuerpo de nadadora, con las marcas contrastadas de bronceado, ojos miel, cabellera azabache hasta los hombros, labios finos rosados, dos hermosas tetas medianas y puntiagudas, de pezones pequeños y también rosados como sus labios, era fuerte, se paraba con porte de india.

Dio la vuelta, le vi la espalda y las nalgas, ambas partes fuertes, bien combinadas con el frente. Finalmente aprecié lo que anoche acaricié repetidas veces a ciegas. Dio un par de pasos, se sirvió café y me preguntó «¿Quieres?», asentí, me quité el traje de baño y fui hacia ella. Me dio un beso apenas apoyando sus labios contra los míos, y me agarró por una nalga, le olí el cuello, nos separamos para tomar café mientras nos veíamos de arriba a bajo: era un intercambio animal, observación, deleite, frenesí.

Aparté las cosas que estaban sobre de la mesa de cemento y losa, extendí una toalla, y de un saltico hacia atrás me senté sobre ella, se acercó y se metió entre mis piernas, nos besamos y nos tocamos violentamente, me hundió las uñas un poco en la espalda, le mordí el lóbulo de la oreja izquierda, me estrujó la cabellera y de un golpe, bajó y comenzó a chuparme las bolas primero, se fue con la lengua hasta el glande, le dio besitos, luego se lo tragó completo, respiraba y movía el culo al mismo ritmo, se lo sacaba, lo pasaba por su cara y se lo metía nuevamente en la boca. Subió y se inclinó, dejando caer las tetas sobre mi sexo, las movió de un lado a otro, una caricia suave.

Me baje, la tomé por la cintura y la monté sobre la mesa… era su turno, se acostó, abrió las piernas, y la olí, la olfateé, le acaricié el pubis, subí la vista… y te vi tocarte las tetas, regresé a mi menester, comencé a besar tus labios, luego con la lengua hurgue hasta palpar el clitoris, lo besé, y comencé a chuparte enérgicamente, te vi apretarte las tetas y levantar la punta de los pies, seguí, entre los labios con la lengua y chupando intermitentemente…

La tomé nuevamente por la cintura, y la volteé, quede detrás de ella, me frotó el pene con sus nalgas, me acomodé, se lo metió retrocediendo, despacio y sin parar, y comenzamos a bailar al unísono, un ritmo suave, sin pausa, no era un movimiento normal de adentro hacia afuera, era circular, un movimiento de cadera, un baile de tambor.

Se acabó el movimiento y subió lateralmente la rodilla derecha sobre la mesa, y me dijo «dame», la agarré por la cabellera y por la cadera y fui lo más profundo que pude, varias veces, yo aguantaba la respiración para ir con más fuerza, arqueándome lo más posible, ella resoplaba por la nariz, solo batía la cabellera, el cuerpo inmóvil recibiendo toda la energía represada de anoche.

Solté la cabellera, respire profundamente, se volteó, me rodeó con las piernas y la penetre nuevamente, fue suave, iba y venía despacio, le besé las tetas y me metí un pezón entre los dientes, mordí apenas, mientras que con las manos la sujetaba por el dorso, me separó y levantó las piernas, juntas, las acomodó junto a mi pecho, atrapé sus muslos, continúe con un ritmo suave, ella sobre su espalda pasó las manos hasta sus nalgas, las agarró y las abrió, para que yo fuera más profundo, su sexo se estrechó por la presión de las piernas. Le dije “estoy cerca” y me pidió que me aguantara y paró el movimiento.

Ella se incorporó y nos besamos, abandonamos la mesa, me agarró de la mano y me llevó hasta la hamaca, me instaló a caballo y ella de frente a mí, sus piernas sobre las mías, se lo metí y ella con gusto recibió, movió sus caderas y yo apenas me muevo hacia adelante y hacia atrás. Sus caderas se estremecen, siento que estoy cerca, le agarro las nalgas con fuerza, le beso, lamo, muerdo los pezones, y me dice «yo también», me levanté y la deje caer a ella sobre su espalda y di todo lo que me quedaba de fuerza, le pedí que gritara… «¡Coñooooo que rico!!!», nos vinimos al mismo tiempo, pero ella siguió algunos segundos más disfrutando de su coito, cuando terminó, sonrío y respiró profundamente.

Nos estiramos en la hamaca, nos acariciamos y nos dormimos. El grito de la empanadera nos levanto «¡La llevo de cazón, queso, caraotas y chorizo carupanero…», estábamos hambrientos.

El mismo día que recibí aquel email, lo respondí con una pregunta: ¿A qué hora bajamos a Todasana? Dos días más tarde le envié este relato.

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