Maluco

“Dentro, muy dentro
Como un implante
Incrustado en mi interior…
Poquito a poco, tú te instalaste
¿Eres huésped o invasor?“

Maligno, Aterciopelados.

De esas cosas urgentes que suceden en la vida “normal”, la hermana de una amiga universitaria me pidió un favorcito. Hace años no sabía de ella en persona, y por simple azar la reencontré en una fiesta parisina. Nos reímos al vernos. Rápidamente nos pusimos al día, familia, logros, penas, planes, viajes…

También recordamos aquel día de playa que terminó en sexo y que comenzó en su casa la noche anterior. Seguimos riendo y la pasamos bien. Se confesó lectora furibunda de mis cuentos eróticos.

Un mes más tarde, me pidió que reconstruyera aquel encuentro fortuito que tuvimos, ella quería tener una nueva versión, necesitaba refrescar sus recuerdos, alimentar fantasías, y sacarse algunos clavos del pasado. Entendí la urgencia.

Esa noche de hace treinta años atrás, en su casa había fiesta, las amigas de la universidad celebraban cualquier cosa para divertirnos y celebrarnos, me pasaron buscando. Subimos a La Trinidad, asistía la crema de la ECS, entre otros asiduos. No la conocía personalmente, fue directo, nos cruzamos, nos medimos, nos gustamos, hablamos dos que tres tonterías, y más tarde me invitó a ver un tigre (de verdad verdaíta), que unos ricachones tenían en el jardín de una casa aledaña.

Ella, de cabellera frondosa, alborotada y negra, ojos llenos, labios carnosos, rosados, piel blanca, brazos esbeltos, piernas largas y fuertes, manos curiosas, no es una mujer hermosa, ni perfecta, es una mujer en armonía física, belleza que seduce e invita a la lujuria, a portarse mal. Nos plantamos al fondo de la terraza, me pasó una mano por la espalda, y no perdí tiempo. Directo le acaricié las nalgas, la apreté hacia mí, me respondió con un beso franco, directo y que exigía locura inmediata, le besé el cuello y le acaricié la cabellera, le toqué las tetas, me mordió una oreja, y luego otro beso. Paramos, venía otro par a mirar el tigre (de verdad verdaíta).Se estaba acabando la fiesta y lo nuestro no iba a terminar así. Nos pasamos nuestros números, cuando llegué a casa, tenía dos mensajes en la contestadora: el primero, un amigo que me invitaba a subir El Ávila… El segundo, de ella invitándome a la playa. Pasaría a buscarme muy temprano. La llamé de vuelta, le dije que sí, y cuadramos.

Siete y media en punto. Yo la esperaba abajo de mi edificio, con un café en la mano, y el bolso de playa al hombro, llegó al instante en su Chevette azul claro, abrió la ventanilla y sonrió, se alegró. Subí, le dió play al repro y sonó “Chamito Candela” de Daiquiri, reí y arrancamos vía La Guaira, playa Aeropuerto.
Fuimos los primeros en llegar, la playa para nosotros solos, apenas estaban limpiando los kioskos. De una me metí al mar, ella se sentó en la arena, me veía y yo a ella, salí y me acerqué, se estiró sobre la toalla, la detallé, si, estaba buena, se merecía una buena revolcada, y se lo hice saber. Me vio fijamente, sonrió y siguió como si nada…

Nos quedamos un par de horas allí, sin hablar, casi sin movernos, el sol caribe nos empujó hacia la sombra, y fuimos por un par de frías. Me miró y sonrió, dijo que mi mirada era perversa. Me preguntó por mi verdadero nombre, reí, le dije que era una larga historia, le acaricié la mejilla, y la traje hacia mí, la besé lentamente. Se separó, y me dijo de ir al mar, nos metimos, nadamos, nos rozamos apenas bajo el agua, unas caricias no más, volvimos a la arena, nos tumbamos, no hablamos de nada importante, sólo nos seducíamos viéndonos, más cerveza, una ración de tostones, y llegó el gentío. 

Salimos corriendo, le dije para manejar, pasear por la costa, y aceptó. Fuimos hasta Caraballeda, en una calle más allá del Meliá, en una gran redoma, me estacioné, caminamos cerca de la orilla del mar, comimos uvas de playa, luego nos compramos unos raspaos de colita y parchita, nos alejamos entre las calles, entre cocoteros y uveros, y llegamos al pozo. No había nadie y estaba divino para refrescarse. Nos dimos unos besos con las bocas frías y dulces de raspao con leche condensada, la acaricié, le besé las tetas, ella me tocó el sexo, y después yo el suyo, escuchamos gente que llegaba, nos separamos, reímos nuevamente, y regresamos al carro, arrancamos vía Caracas.

En el camino, mientras conducía, me veía detenidamente, cuando la veía, volteaba la vista, se reía. No hablamos mucho en verdad, pero cuando pasamos el primer túnel nos vimos y reímos, estábamos rojos, estuvimos demasiado al sol, ella sacó crema Nivea, me puso en la cara y en los brazos, después ella se untó por todas partes.Llegamos a mi edificio, y la invité a subir para que se refrescara, se negó. Le dije que era inevitable negarse, que hoy u otro día pasaría, hacía calor esa tarde, el sol estaba haciendo de las suyas. Salí del carro, ella recuperó el volante, le acaricié la mejilla y la besé, bajé mi mano y fui directo a su entrepierna, se la toqué, la penetré con el índice y comenzó a temblar. Le dije vamos y aceptó.

Entramos al apartamento, todo fue muy rápido y nada romántico, más bien violento. Le arranqué la ropa y el traje de baño, me desnudé, la empujé hacia la cama, y fui por ella, ni una caricia, ni un beso, todo estaba contenido y tenía que liberarse en ambos, ella se empujó hacia atrás, se acomodó para recibirme, temblaba, estaba ardiendo por el sol y por el placer de estar allí, se tocaba las tetas, me agarraba las nalgas, me besaba las manos, y chupaba los dedos, le abrí las piernas, y avancé, ella sintió que la quería penetrar y se quedó inmóvil, fui lentamente, primero el glande, avance más, y ella cerró los ojos, se mordió los dedos, me costó entrar, su cuca era estrecha, de labios delgados y mínimos pliegues. Mi erección no era normal, la agarré por los muslos y la levanté un poco, y allí lo hice, uno, dos y tres hasta el final, ella abrió los ojos, y gritó, lanzó un gemido acompañado de un profundo “sí”. No cambiamos de posición, ella seguía gimiendo, yo respiraba profundo, sudábamos a chorros, aceleré y ella apretó, así jugamos un rato, le solté los muslos, y la agarré por las muñecas con una mano, intentó liberarse, y con la otra la atrapé por el cuello, quedó a mis anchas, viéndome fijamente, sin parpadear. Reí era mia, y se lo dije, comenzó a temblar.

Bajé el ritmo, di tres puntadas cortas y una profunda, ella respondió apretando, así repetimos seis veces y comenzó a venirse, aceleré, y ella temblaba y gemía desesperadamente, apretó, aceleré, su sexo estaba ardiendo y el mío tieso, arqueó la espalda, se vino con la boca abierta… aguantó la respiración, cerró los ojos, y sonrió, al instante lo saqué y le bañé de semen el vientre.

Me eché a su lado, respiré profundo al igual que ella. Dije “divino, quiero más”. Ella siguió respirando… viendo el techo, me dijo «eres realmente maluco».

Fui al baño, y luego a buscar agua, ella se vistió, quería huir, intenté pararla, pero salió disparada, bajó, se montó en su carro y escapó, jamás supe porque, meses más tarde se fue del país.

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