Tequila para dos

La primera vez que trabajé en un bar fue en Nueva York, tendría veinticinco años, y apenas hablaba inglés. Esa noche reemplace a un pana en la barra. Sería fácil, era martes y pintaba tranquilo, me tocó lidiar con los asiduos y sus particularidades, los pasajeros, los borrachos impertinentes, turistas japoneses, y una cuarentona que quería fiesta. No estaba mal, no era de mi gusto, pero tenía algo, como siempre -las cuarentonas tienen algo para un carajito-. El trabajo era duro, pero se ganaba bien, muchas horas de pie, a cambio de muchas propinas. Mientras servía dos margaritas a una pareja de rusos, la cuarentona pidió un Sake Martini, no la escuché. Unos minutos más tarde reclamó su bebida, le pedí disculpas, y le preparé uno bien cargado. Agradeció con una buena propina y viéndome fijamente.

A las dos de la mañana tenía una pausa de 20 minutos. Como de costumbre fui al callejón trasero a fumar, me encantaba esa sensación de film policíaco que inspiraba ese lugar. Los containers de basura, los charcos de agua, la luz cenital de los faroles, la alcantarilla humeante y al fondo, ese ruido de Manhattan… Me senté en la escalera de metal, me recosté, le di un jalón al cigarrillo, cerré los ojos, me imaginé a la cuarentona desnuda, cómo sería chuparle el culo, reí, me emocioné, y escuché unos pasos de tacones que se aproximaban. Eran tres chicas, ebrias, me escondí en la sombra para evitarlas, prefería la calma de mi descanso, se besaron entre ellas y se metieron mano, alguien del piso superior gritó, rieron y salieron corriendo.

Regresé a la barra, estaba tranquila, sin mucha gente, eran las 2:45 AM, perfecto para reiniciar mi último turno y luego cerrar el bar. Sonaba Cowboy Junkies con una de un soundtrack, no recuerdo el nombre, pero me gustaba el tema. En la barra quedaban tres parejas, dos borrachos a punto de guindar y la cuarentona, serví dos mojitos, dos margaritas, un cubalibre, una birra, y limpié la barra, un borracho se desplomó y el otro lo ayudó a salir. Llegué cerca de ella, me vio, suspiró y pidió un shot de tequila, serví. Se lo tomó de un solo jalón, y dijo en perfecto español “he vivido lo suficiente para saber si eres o no un buen polvo, y mi instinto me dice que sí ¿a qué hora terminas?

Tragué grueso, revise mi check-list rápidamente, mi novia se iría temprano a su curso de inglés… y respondí “depende de la clientela”, prendió un cigarro y dijo “ok” soplando el humo, vio alrededor, y gritó “FIRE FIRE FIRE… “ en veinte segundos no quedaba un alma, todo el mundo se esfumó así como mis propinas… Cerré y nos quedamos los dos adentro, apague la mitad de las luces, le serví un trago para que esperara, fui a tirar la basura y cerrar bien el sótano y las puertas traseras. Cuando regresé estaba bailando sola, había puesto a sonar “Simpatía por el diablo” de los Stones, y se movía divinamente, con sabor y maldad. No la interrumpí, estaba poseída por el ritmo, y yo por ella…

Era blanca, de melena negra, ojos negros, piernas largas bien cuidadas, brazos y espalda de gym, tetas medianas, nalgas pequeñas, con ritmo y sabor latino inocultables. Prendí un cigarro, la seguí viendo, me vio y siguió bailando, se acercó lentamente, meneándose al ritmo de los coros desenfrenados del tema, se amarró el cabello con una elástica, se acercó susurrando el tema, entró a la barra, siguió meneándose, me preguntó que si quería beber algo, dijo que la casa invitaba, reí por su broma, pedí tequila, y ella agregó “Tequila para dos”.

Sirvió, y tomamos al unísono, golpeamos la barra con los shots, sirvió otra vez y otra vez tomamos, y a la tercera páramos, nos vimos y tiramos a nuestras espaldas los shots. Nos besamos con furia, desorden y urgencia, era más pasión y descontrol, que un encuentro romántico, no había reglas, cogíamos y punto.

Me agarró la cara con fuerza, y fui a parar de un golpe entre sus tetas medianas de pezones rojos y carnosos, le arranqué la camisa, bajé el zip de la falda, ella hizo un gesto automático y su vestimenta desapareció en el aire, se sentó en la barra, subió las piernas, sacó las pantaletas y dijo “cométela”… la olí profundamente, me encanto, le pase la mano, apenas por encima, tenía pelitos rizados, mínimos, fui un poco más allá y se la besé dulcemente, luego se la chupé, más, más, más allá, y la penetré con la lengua, allí pase un buen rato, le metí un dedo y dos, jugueteé con la lengua una vez más, lo que agradeció con un “coñoooooo que rico”, se volteó y me puso el culo en la cara, se lo besé, le di un mordisco, arqueó, y seguí besándola. Sentí como temblaba, la piel erizada y golpeó con el puño la barra, le metí el índice en el culo, meneo la cabeza y dijo “tenía razón”, respiro profundo, se vino… temblando por primera vez, como la única y más puta de su vida (más tarde lo confesó) gritó, gesticuló, meneó el culo y dejó caer su cara entre sus manos, se mordisqueó las muñecas.

Ella respiró profundamente, se dio la vuelta, bajó de la barra, y agradeció entre respiros, me dio una cachetadita, se acercó me besó, le atrapó la mano derecha y chupó los dedos mientras se agachaba, con la otra mano abrió mi pantalón, lo bajó hasta las nalgas, cuando lo vio sonrió, estaba duro esperando su boca, le dio besitos delicados y cariñosos. Se lo metió de un golpe hasta lo más profundo que pudo, allí lo dejo un rato, me apretó las nalgas, lo saco lentamente, lo sacaba un poco, y se lo metía nuevamente, hasta que llegó al glande, y lo lamió, le dio vueltas con la lengua, y se lo metió nuevamente hasta lo más profundo, repitió un par de veces más, suspiré profundo, ella paró, me vio desde abajo, me picó el ojo izquierdo, le pasó la lengua y luego se incorporó lentamente.

Otro tequila mientras nos veíamos detenidamente, se soltó el cabello, le acaricié el cuello, y ella el pecho, nos acercamos, apenas nos rozábamos, le dije «vamos», se volteó, abrió las piernas, le toqué las nalgas, la mano izquierda en la cadera, y la derecha atrapó las suyas sobre la barra, le besé la espalda, la mordí, fui con cuidado, busqué y la penetré suave. Es el mejor de los momentos, ese instante que la cabeza atraviesa los labios de la cuca, ese instante para mí es más placentero que acabar. Fui despacio, retrocedí unos milímetros, y fui otra vez hacia adelante, paré, apreté mi sexo, ella lo sintió, apretó su vagina, apretamos al mismo tiempo, y la penetré hasta lo más profundo que pude, apretamos más fuerte y le di con todo lo que podía, ella se mantenía firme, le di una nalgada, y aflojó la posición, meneó la cabellera, y gritó «dámelo todo», y así fue, la agarré por la cabellera, respiramos al mismo tiempo y fuímos hasta el final, ella lo sintió, de un golpe se volteó y se agachó, acabé tres lineas de semen en su cara, se pasó la lengua primero y luego los dedos, me deje caer también frente a ella, la vi como disfrutaba ese momento, me vio y afirmó su gratitud, estábamos exhaustos, ni un ruido, solo nuestras respiraciones agitadas, algunas luces del exterior se colaban por lo ventanales, no había música de happy end.

Mientras nos vestíamos, me confío que era primera vez que se venía así, con un dedo en el culo en una barra, mientras se la chupaban, que se sentía muy puta viviéndolo, y que sería un grato recuerdo… Escuché el camión del aseo… Coño 5:00 AM, hora de llegar a casa, y por su cara, ella también tenía responsabilidades pendientes, nos despedimos, cerré el bar, y salí directo. En el camino, subiendo por Park Ave. y la 110, me di cuenta de que no tenía ni su nombre, ni teléfono, nada.

Llegué, me duché y al guinde, me levanté cerca del mediodía, mientras tomaba café eché un ojo por la ventana, recordé cada instante de la noche anterior. Me encantó, sentí un calorcito divino, y lamenté no tener su nombre o número. Me vestí y fui por mi novia a su curso de inglés.

Varios meses después, le confesé lo sucedido, duró una semana fúrica, tanto que cambié de trabajo, y logré un puesto en una compañía que transportaba pianos, pagaban y era de día. El jefe me pidió un favor personal, una asidua e importante cliente había olvidado sus llaves en el depósito y me pidió llevárselas. Fui en metro para ahorrar tiempo, era a unas veinte estaciones, llegué y me hicieron esperar en el hall de una academia de música, se escuchaba un piano que repetía la misma frase desafinada. Salió un joven bien vestido y mal humorado, me pongo de pie, camino hacia la puerta del curso, y escucho en perfecto español «qué chico tan torpe, no puede…» 

Calló, y volteó. Era ella, la cuarentona, sonreímos, nos reconocimos, sonrojamos, y dijo «tequila para dos, la casa invita».

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