Aganju

«Es un poderoso orisha de la religión Yoruba,

señor de los volcanes, asociado a los elementos tierra y fuego.

Aganju pertenece a la familia real divinizada de Oyo».

 

Sabía de ella. Teníamos muchos amigos en común, pero nunca habíamos tenido la oportunidad de conocernos más, apenas algunos fugaces encuentros. De hecho, una noche loca, en la época universitaria, estuve en su apartamento con una amiga cercana a ella, había una buena rumba, yo no lo recordaba, me lo confesó riéndose, jamás se imaginó acostarse con alguien que conocía apenas por los cuentos pintorescos de una amiga.

 

Fue en un casting para una cuña de telefonía móvil. Cuando me vio en el estudio sonrió, hice lo propio, me alegré de verla y le invite un café al lado. Dijo que andaba apurada, que no podía. Le dije que la llamaría, y no me creyó, le mostré su ficha con sus datos y su foto, rió, hizo ese gesto de disparar con la mano y soplar el cañón, lo asumí como un sí.

 

Por más de dos semanas mantuvimos una relación telefónica entretenida, también dos o tres cafés por allí, por allá. A ella le encantaban mis anécdotas y sentido del humor. A mí de ella lo hábil que era para hacerse gustar, no tenía parangón, se sabía atractiva y le gustaba sentirse así, era amplia, y la sentí condescendiente para cualquier travesura.

 

Le mandé un par de textos candela y una invitación a una fiesta en casa. Tenía unos 20 invitados del medio, la radio, la universidad, la tele, de todo un poco, entraban y salían, mucha música y alcohol. Esa noche me confesó que se había masturbado pensando en mí, me encantó. Bailamos, bebimos la pasamos bomba, nos dimos un par de besitos, me agarró una nalga, lo disfruté, llegaron más amigos, y fui a recibirlos, hubo un lío en la calle y mientras lo resolvía ella desapareció.

 

Dos días después estábamos rodando el comercial en Caracas, ese mismo proyecto en el cual la encontré haciendo el casting, serían tres días intensos, no tenía mucho tiempo, luego iba a Margarita para otro proyecto.

 

Juro que no hice nada, absolutamente nada para que ella estuviera presente en ese trabajo… no sabía, ni imaginé que había quedado, así que cuando nos topamos fue una sorpresa mutua que nos hizo reír. Le dije que era simple azar y no lo creyó para nada. La pauta terminó temprano, nos fuimos juntos en su Toyota techo duro, blanco y con rines de magnesio, paseamos un rato, y dijo que tenía que pasar por su casa por unos trabajos de remodelación que estaban haciendo, era cerca del puente «Las Nalgas de Rómulo».

 

El apartamento era amplio, con buen gusto. Dejaba en evidencia su aptitud como diseñadora. Al salir de allí, pasamos estratégicamente por una licorería y más tarde a la casa de sus padres que estaban de viaje. Una casa inmensa de tejas rojas, grandes ventanales y con vista al Ávila.

 

Sirvió un par de tragos, puso música, y junto a los sapitos caraqueños, sonó «Aganju» de Bebel Gilberto. Siempre me ha gustado ese track, y escuché de su boca la segunda estrofa…

 

«Você me agradou me acertou

Me miseravou, me aqueceu

Me rasgou a roupa e valeu

E jurou conversas de deus»

 

Fluía una voz cálida, suave, sin nada que envidiarle a la propia Bebel. Subió el volumen, siguió cantando, mientras la disfrutaba en sus shorts de jean y su camisa blanca arremangada: piernas fuertes, largas, de bailarina seguramente, cabello azabache corto, brazos diestros que acompañan los acordes de la bossa, piel cobre, tetas pequeñas, espalda amplia, era fuerte y segura.

 

Se sacó las sandalias de cuero ágilmente cuando la música llegó a su fin y me preguntó si sabía lo que era «Aganju». Dije que conocía el tema, pero no su significado, mirándome buscó entre sus pensamientos y soltó «tú eres un tanto eso».

 

Se acercó para acomodarse en el gran sofá, la traje hacia mí por la cintura y con un giro la monte frente a mí. Nos besamos cálidamente, olía rico, su boca deliciosa, acaricié el cuello, le mordisqueé la oreja izquierda, se despojó de la camisa y me mostró que estaba lista, sin sostenes, tenía las pezones rosados y puntiagudos, se los besé y se los mordí apenas. Me agarró por el cuello y me apretó salvaje contra su pecho. Me acariciaba el cráneo rapado, me quitó la franela, verificó los tatuajes, los acarició. Nos seguimos besando, mordiéndonos los labios, succionando las lenguas, apretándonos con las manos que parecían seguir moviéndose al ritmo de “Agaju”.

 

Le desamarré la correa y le quité el short, las Calvin Klein salieron volando, la volteé sobre el sofá y le chupé el culo, se lo lamí, le metí la lengua lo más profundo que pude, y ella lo paró dispuesto a recibir más. Le di dos nalgadas, lo abrió y se lo seguí chupando un buen rato hasta que la giré para dejarla con las piernas abiertas frente a mí, la cuca húmeda, jugosa, adornada apenas con algunos pelitos negros, se estiró, respiró profundo y dijo “¡sí eres eso! Aganju…” la penetré suave, lento. Ella me veía fijamente, respiramos, sonrió, dijo «eres divino y maluco». Negué con la cabeza,pero  fui más adentro y soltó un largo “¡sííí!”. Sacudió la cabeza, se incorporó y me dio una cachetada, la vi, sonreí, otra cachetada más suave, me apretó contra ella, me mordió el pecho, también el brazo izquierdo, me clavó las uñas en las nalgas y supe lo que quería.

 

Me hice de su correa, la volteé, le puse las manos en la espalda y la até, me acerqué a su cuello y le susurré «te gusta ¿verdad?», afirmó con la cabeza, la penetré nuevamente, sintiéndola a fondo, acariciándola… Hice una pausa y le di dos nalgadas, y otra más, sonora, caliente y la que más que disfrutó. Se vino. Temblaba, apretaba las piernas, paraba el culo y disfrutaba de placer, la dejé respirar. Tomé un par de hielos que se resistían a morir dentro del trago y se los pasé por la espalda, le gustó, se le erizó la piel de las nalgas. La puse de medio lado, pero sus manos seguían atadas a su espalda, sus piernas se juntaron para darme paso y fui nuevamente adentro, suave, respiraba y penetraba. Ella se acopló al ritmo, respiramos juntos y ella con los ojos cerrados, con su voz rítmica contó «1, 2, 3…» y se vino nuevamente, húmeda, completa, con todo, dejando en el aire un sonoro “coñooooo…”

 

Me pidió que le diera de beber, la ayudé a sentarse, dio un par de sorbos profundos. El sofá de cuero negro era una laguna de sudor, con mi franelita china le sequé el rostro, la besé, le acaricié los labios, y con la misma franela le vendé los ojos, me paré frente a ella y se lo metí en la boca, sé que lo esperaba y lo aceptó con ganas.

 

Comenzó a chupar, primero el glande y después el tronco, se lo sacó, y fue por las bolas, las lamió, y otra vez adentro de la boca, le quité la venda improvisada y me vio mientras chupaba, me picó el ojo, y, le dije lo divino que lo hacía… Siguió sin romper el ritmo, sin abandonar su presa, respiré hondo y ella entendió el mensaje, estaba cerca, aumentó el ritmo, apretó los labios, la agarré por su corta cabellera, la apreté contra mí, subí la vista y grité de placer. Ella me veía, serena, satisfecha, acabé en su boca, lo sacó suave, sin prisa, besó el glande, se lo pasó por la cara, y tragó.

 

Respiró y se echó de costado, estaba temblando y yo también, no podía mantenerme en pie, acerqué los tragos, bebimos y le di play a la música, por simple azar sonó «Mad about you» una versión en vivo de Hooverphonic. Nos estrujamos uno al otro, en paz, sin decir nada, nos dejamos llevar por las caricias, por la música. La respiración volvió a su ritmo, le besé la espalda y comenzó a tararear el tema que sonaba.

 

Afuera se desataba un chaparrón tropical, el viento, los truenos y la brisa se dejaban ver a través de los inmensos ventanales… seguramente Shangó estaba feliz por esta ofrenda, nos dormimos en el sofá. Perdí el vuelo a Margarita.

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