Saludé al portero, y entré, como cada viernes desde hacia dos meses, como a las nueve de la noche, pasé entre las mesas y el público, buscaba un espacio no tan saturado. Me instalé al final de la barra, pedí un tercio y observe el zoo caraqueño, nada había cambiado desde la última vez, las mismas caras, «los mismos normalitos de siempre» me dije.
Música en vivo, un solista de versiones, que iba desde rock & pop en español hasta los clásicos del rock en inglés, acompañado de su teclado Casio. El ambiente aleatorio, la cerveza barata, cerca de la residencia temporal y se podía estar tranquilo para organizar las ideas.
Cuando el solista despedía el primer set de la noche con «Roxane» de The Police, se abrió la puerta y ella entró, saludo al portero con un beso sonoro en el cachete, era una asidua del local, tanto o más que yo, pasó entre las mesas y se hizo espacio al otro lado de la barra, el barman ya tenía su bebida de costumbre preparada, saludó a algunos conocidos, y se sentó en el taburete, que asumo estaba reservado para ella.
Pedí un tercer tercio, con la idea de partir pronto en búsqueda de acción, sonaba en vivo una versión techno de «Hombre al agua» de Soda Stereo, me lamenté, creo que ha sido la peor versión que he escuchado de Soda y miren que hay imitadores.
La cerveza tocó fondo, apuré la cuenta y el cajero me hizo señas de que pasara por allá, al otro lado de la barra. Me hice paso, y estaba entre el cajero y ella, pague y cuando iba a marcar la milla, el cajero me dijo que la casa invitaba un cuarto tercio, y acepté. Ahora el solista se había complicado la vida con «Creep» de Radio Head. Tenía que salir de allí rápidamente.
Reí, y volteé buscando apoyo, ella se había dado cuenta de mi desazón musical. Allí estaba, abandonada como yo en un bar de mala maña y a las inclemencias musicales del solista. Descubrí sus ojos verdes, su cabellera rubia, larga y brillante, nariz fina de porcelana, su boca carnosa dijo «me llamo Georgina»… glup!
Fijé mi vista en la suya y levanté la cerveza para brindar con ella. Dije algo anormal: «por las noches caraqueñas», y ella agregó «por los malos músicos». Clinclin. Baje la guardia, no era ni tan rubia, ni tan sifrina, y tenía una voz que enganchaba, hasta podría pasar por intelectual, que tampoco era mi estilo, pero que más, es viernes, tengo dos meses sin actividad sexual, a ver coño, aplícate.
Me preguntó «¿tú eres el de la radio?» respondí que sí, «¿y qué haces acá tan solo?» Respondí «me escapé de algún compromiso radial fastidioso y estoy intentando pasar desapercibido en este antro, pero por lo visto no lo logro» mi turno de preguntar «¿y tú?» Respondió «soy la dueña de este antro»… doble glup… Reímos. Me gustó en ese instante preciso, certera, inteligente, no venía por debajo. Tenía que aplicarme, a ella le gustaba jugar, pero no me dio chance, ella picó adelante, y preguntó «¿que harás después de Greenwich?», le dije «antes de irme te invitaré a una copa, pero te pediré que me acompañes cerca, hasta podemos ir caminando, me estoy quedando en la casa de mi abuela en La Floresta, que está vacía, todo el mundo se fue a Margarita, mi hermano me pidió el apartamento para filmar un largo, y tengo una botella de vino blanco chardonay en la nevera, que se acompaña con una vista espectacular del Ávila. Es una oferta válida sólo por esta noche con luna llena incluida y que por ser tú, solo tú, también me aplicaría en la cocina para picar algo. ¿Qué dices?» Se rió a carcajadas, el cajero se hizo el pendejo y puso cara del mejor empleado del mes… ella hizo una pausa, luego señas de ya va, verificó su agenda, el estado del tiempo, los pro y los contra, me miró y puso la cara más puta que pudo, para que no quedarán dudas. Dijo «sí, pero en dos horas, dame tu número y dirección… » y me entregó su tarjeta de presentación.
Greenwich Pub
Georgina P.
Directora
Entre a la gran casa, prendí la radio, me serví un ron seco, y dije en voz alta «que pendejo soy, esa nunca vendrá» fui hasta la nevera y verifique que el vino estaba allí y a buena temperatura, saqué un ceviche que estaba «miamor». Pasé al cuarto, arregle un poco, rocíe la habitación con algo de perfume. Y fui por otro ron.
Cuando apenas estaba agarrándole el gusto a la gran butaca de cuero y pensando en buscar una porno, sonó el timbre, era ella, le abrí y entró la dueña del antro puntual. Fuimos hasta la cocina, la invité a sentarse, destapé el vino y lo saboreamos, y me dio las gracias por la invitación. Atacamos el ceviche y aprobó también, «voy de dos dos» dije, y río, pregunto por el Ávila y la luna, subimos con la botella y las copas a la azotea, el Ávila espléndido y la luna ejemplar, respiró profundo y brindó por ese espectáculo, dijo «ahora vas de tres tres».
Se había cambiado, ya no era tan dueña de antro, era atractiva y lo sabía manejar, ahora tenía ganas de relajarse. De contextura delgada pero deportiva, tetas redondas medianas naturales, caderas huesudas, sin muchas nalgas, de piernas largas y manos tranquilas. Sí, era de movimientos suaves, pausados, de voz grave con acento medido y con una mirada muy puta.
Tercera copa para ambos, y al fondo se escuchaba alguna miseria de Reo Speedwagon, y reí mientras movía la cabeza negativamente, y ella agregó «no es tu noche musical definitivamente». Dejó su copa en el borde del techo, se acercó con pasos cortos mientras se ataba la cabellera, volteé hacia el Ávila, y regresé la vista hacia ella, estaba ya muy cerca, ella llevaba la delantera.
Se acercó un poco más, me besó en los labios, mientras me dibujaba caricias en la cara, y frotaba sus caderas contra las mías, me dejé llevar por ella. Olía divino, le besé el cuello, y le mordí una oreja, río, me apretó con sus manos, le toqué las nalgas y se las apreté, la estreché contra mí, se zafó y le brillaron los ojos, retrocedí y de un salto me senté en el tanque de agua, se colocó entre mis piernas, seguimos besándonos, y jugando con las manos. Hicimos una pausa, respiramos, llene las copas, bebimos, sin decir palabra, nos vimos y nos estudiamos, era un diálogo silente pero con buena carga erótica. La tomé por la cintura y la subí al tanque, la besé mientras le desabotonaba la camisa, y ella me acariciaba por dentro de la franela, entré y descubrí un sostén bordado, de color tinto, y su olor insistía en ser divino. Le toque los pezones, firmes y redonditos, me los imagine en mi boca, me dejó besarlos, chuparlos y morderlos un poco, ella me tenía por el cuello, cuando subí nuevamente por su boca, ya ella venía dispuesta a dejarme sin franela, me tocó el pecho, lo apretó, y me giró, sentí sus tetas en la espalda y sus manos bajaron hasta mi pantalón, abrió la correa y luego bajó el cierre, ya estaba duro, y suspiro, susurró «divino». Bajó mis pantalones hasta las rodillas, y comenzó a masturbarme, sus pezones duros en mi espalda, su respiración en mi cuello, las caricias de su mano izquierda y su mano derecha haciéndolo divinamente, así pasamos un buen rato, hasta que escuchamos unos cohetes, hicimos una pausa, alguna celebración navideña pensé.
Regresamos a lo nuestro, se bajó del tanque se volteó, abrió las piernas, paro el culo, se sujetó con las manos al tubo del tanque, y me invitó meneando las caderas, me acerqué y le besé las nalgas, y estrujé mi cara contra ellas, las mordí un poco también y la lamí a fondo.
Y tembló, sí, un temblor, una vaina insólita, se movía todo el techo de la casa, y nos abrazamos… fue largo y fuerte, pasó. Las alarmas de los autos, sirenas y luces de activaron, nos medio vestimos, y vimos como una ciudad se prendía… pasaron largos treinta minutos, teníamos algo de frío y bajamos a la cocina. El vino se terminó, le ofrecí ron y aceptó con los ojos. Sonó el teléfono de la casa repetidas veces, no contesté. Encendí la radio, la vi fijamente, y ella entendió.
Un temblor inmenso, no recuerdo en qué parte de la escala de Ritcher se ubicó, pero puso a bailar Caracas, sólo fue un susto, y me dijo “una señal para seguir en lo nuestro”, la llevé hasta el cuarto, afuera se escuchaba una ciudad prendida de sirenas y borracha de Navidad, era el final del mundo, y había que tirar.
No espero nada, volvió a mi sexo, lo lamió y absorbió, mientras le acariciaba las nalgas, yo de pie frente a la cama y ella de rodillas en la cama, se movía mientras chupaba, jadeaba, sudaba, y hacia mini pausas, se acomodaba, me miraba y seguía, eran ella y mi sexo, y yo un invitado especial. Se volteó, se acomodó frente a mí, y me acarició con sus nalgas, la agarré por las caderas, se acomodó, busco el ángulo exacto y me dejó penetrarla lentamente, mientras lo hacia, ella arqueaba su espalda a la misma velocidad de la penetración, al final de ese instante, batió la cabellera y gritó “coño qué divino”.
Ella descubrió el espejo al lado de los ventanales, en el que apenas veíamos nuestras siluetas, y se inspiraba para mover el culo, lo hacía riéndose, disfrutándolo.
La giré y quedó frente a mí, yo sobre ella, le besé el cuello, apretó las piernas, y me dijo al oído “vente” y así fue, ella arqueo la espalda, me incorporé sobre las rodillas y fui con todo, una, dos y a la sexta vez, saqué mi sexo y le acabé sobre su vientre y su pecho , ella se meneaba y arqueaba, se vino también, profundamente, lo último que recuerdo es su sonrisa, nos dormimos uno junto al otro, abrazados.
Al día siguiente, sábado en la mañana, prendo la radio mientras resuelvo el desayuno solitario, ella había dejado el pelero en la madrugada, el locutor anuncia un par de temas, entre ellos “Creep” de Radiohead, en versión Unplugged, y tarareo, rápido, busco entre los bolsillos de mi chaqueta y consigo su tarjeta. La llamo, sé que es sábado en la mañana, contesta y pregunta “aún estamos vivos”, ella ríe.