Escala mayamera

Por alguna razón que no recuerdo pasé por Miami, una escala que debería ser corta, de apenas unas horas, se convirtió en tres días, y claro, en esa ciudad siempre «capital» de Latinoamérica, sin alguna duda conseguirás donde alojarte y pasarla bien.

Desde el aeropuerto llame a tres números diferentes a la misma persona, a la tercera va la vencida y así fue, respondió alegremente y emocionada, escuche «¡Qué chevere! ¡Uy que rico! ¡Ay qué alegría! ¿A dónde te busco?»

Le dije que estaba de paso, mentí: «me quedaré en un hotel céntrico…» pausa, lo sabía, y soltó «¿Qué? Vos estás loco, años sin verte, sin tener una conversa con vos, en mi casa, ¡punto!»

«Estoy en el aeropuerto» agregué.

Cuarenta minutos más tarde llego en su Toyota Celica descapotable, con lentes Rayban, melena frondosa y clara, embutida en unos jeans rojos a la cadera y un top blanco… reí, y me dije «esto va para rato, no ha cambiado ni un ápice» se rió cuando me vio reír y me saltó encima para saludarme. Nos abrazamos como amigos y nos apretamos como viejos amantes, solo un beso apretujado en las mejillas, me aparté un momento para verla y dio la vueltica mostrándose, la imité y gritó «¡Coño vos no cambias!». Reímos, y yo me decía «esto se puso mejor, esta es de las que los años le sientan mejor» arroje mi poco equipaje en la cajuela del auto, mientras le pille las nalgas, seguían allí, bellas, alentadoras e insinuadoras.

Me senté de copiloto, y arrancó, le dio play al stéréo, escuchamos «Pavo Real» del Puma y nos partimos en dos de la risa, y agregó «¡ay es que se me sale lo maracucho!» una leal, fiel y ruidosa representante de «la tierra del sol amado»

Llegamos a su casa, salió disparada dejándome el camino libre. Entré y estaban dos amigas, una argentina y una canadiense, sus roomates, se notó que habían organizado todo a alta velocidad.

Me dejó hablando con las chicas y desapareció por un par de minutos, se asomó por la puerta y me pregunto «¿tienes traje de baño?», le respondí afirmativamente, y treinta minutos después estábamos en la playa, nadando, y hablando con una Corona en la mano.

Que había terminado con una larga relación, que se aburrió de la rutina y que el tipo en la cama era un clásico polvo dominguero, que le faltaba «guaguancó», que después salió con varios, entre barrancos y serios, pero que nada interesante, que hasta había participado en un trio con un matrimonio, pero que el tipo complicó todo por macho sentimental. Preguntó por mí. Le dije que aún seguía viajando y trabajando para la televisión, que pasaba más tiempo fuera del país que en él, que estaba bien, y que había dejado pasar un gran amor, que en ese momento no quería contiendas sentimentales, y que sí, que seguía siendo un pícaro.

Nos tumbamos sobre la arena, uno al lado del otro, silencio, y me preguntó «¿Pícaro? -en tono de burla- aún sigues detestando las gaitas», reí y ella me brincó, se monto encima de mi e hizo el gesto de ahorcarme y grite «¡Help!»… nos reímos un montón más. Hicimos las pases y tomamos sol en silencio.

Regresamos lentamente a su casa, caminando por la playa, le pasé el brazo por la cintura y me dijo «qué bueno saber de ti». Entramos y las chicas no estaban. Me explicó que eran pareja y que son súper panas, que trabajan duro para seguir juntas en EE. UU., y aproveché para preguntar, sobre sus intereses e inclinaciones sexuales actuales, me respondió que le gustaban las mujeres también, pero no tanto como para establecer pareja o vivir con alguien.

Llegamos, le dije que la invitaba a cenar, se río, respondió un curioso «Ok». Y agregué «pues te invito a comer en un sitio gay» se acercó y me agarró duro por las nalgas y dijo «¡NO! yo invito la cena y tu el after». Me beso en el cuello y desapareció. Me fui a la ducha y descubrí el universo shower femenino, había una gama de cremas para todo, cincuenta jabones, champús y jugueticos acuáticos.

Me la encontré en la sala, dio la vueltita nuevamente para que viera la falda corta que apenas tapaban sus esbeltas piernas y un top floreado que dejaba descubierto los abdominales y el ombligo. Esta vez no di la vuelta, fue ella que me toreó, «siempre te van bien las franelas blancas, el jean, los botines Dr. Martens y el despeinado, siempre» dijo.

Otra vez en su convertible, esta vez era yo quien manejaba y ella dirigía, por aquí por allá, pa’arriba, pa’abajo… mientras escuchábamos su selección bailable de la vida. Bajó el volumen de la música y me pidió que hiciera silencio «aló madre, échame la bendición, todo bien… Sí, te dije que te llamaría, se me pasó vieja, sorry, sabes que soy una esclava de la prudencia y la responsabilidad… Sí ok, llamaré a la tía Elpídea, si besos» cuando iba a soltar la carcajada, me paró en seco «sí, lo sé, Elpídea» nos reímos a coro. Me pidió que estacionara, conseguimos un buen puesto, caminamos un par de cuadras y entramos a un micro restaurante, atendido por una pareja de viejos cubanos. Se escuchaba al fondo «La Guarachera» Celia Cruz, la saludaron con cariño  y escogimos una mesa cerca de la ventana, no había menú, un picadero, ron con todo. A medianoche recogen las mesas y los comensales se convierten en bailarines de boleros, lentos, suaves… Bailamos, apretados, sus tetas medianas y puntiagudas me rozaban el pecho, la apreté la cintura y en la oscuridad le acaricié las nalgas, nos besamos, me acarició el rostro y seguimos bailando, así pasamos horas, en ese presexo que es tan divino como el coito, romántico y sin palabras. Bailamos hasta que fuimos los últimos en la pequeña sala. Pagó, y caminamos hasta el auto, me soltó las llaves nuevamente y me dijo «llévame lejos… al Cheeta» subí mis hombros y con la cabeza negué, se colgó las manos a la cintura e hizo gesto de «ya verás».

Manejé por un rato, ella a mi lado, cerca, me acariciaba el pecho y yo la espalda, a veces bajaba hasta mi pantalón y no se atrevía, yo bajé hasta su falda y abrió las piernas, le acaricie la cuca, suave tersa, a medio pelo, solo una caricia, sin penetración, nos besamos. Dijo suavemente «stop, y cruza a la derecha, estaciónate allá cerca de la puerta»… Nos arreglamos un poco, me chupé los dedos, me vio y bajamos del auto, entramos era un club de streepers. Pedimos un par de tragos en la barra, y fuimos a echar un ojo, había poca gente, un grupo de chicas por allá, dos o tres hombres solos y nosotros que éramos la tercera o cuarta pareja del local. Nos divertimos viendo. Primera vez que yo entraba a un club así y primera vez que la sentía tan feliz y pícara. 
 
Fuimos por más combustible a la barra, hubo un cambio de guardia en la escena y nos acercamos nuevamente, mi amiga se quedó quieta, inmóvil, una rubia de cuerpo esbelto estaba bailando con mucha energía y pasión, se movía divino, caminaba como un felino buscando su presa y mi amiga estaba muy cerca de sucumbir, se miraron varias veces, mientras bailaba, había comunicación visual y mucho erotismo de por medio, me gustó, me excite.

El show de la rubia termina, los dólares vuelan a sus pies. Mi amiga con la boca abierta, los ojos pelaos y sonrojada, aplaude, la conozco, está ida, lejos. La bailarina nos hace gesto de que vengamos con ella, mi amiga sin reparar ni verme, sigue, y yo las sigo. Nos invita al back room, nos saluda, tiene un acento de Europa del Este, es inteligente como de entre 25 y 28 años de edad. Toma agua lentamente, se seca el sudor cuidadosamente, mi amiga es incapaz de hablar, está solo esperando que la fiera venga por ella, la bailarina le pregunta a ella directamente «te gusto yo!?» Y afirma con la cabeza, mi amiga por fin logra liar una frase: «sí, me encantas, me gustaría tener sexo contigo». Me acomodé en el sillón, se besaron lentamente, se acariciaron las tetas y las nalgas, la bailarina desvistió a mi amiga y luego hizo lo propio, mi amiga le susurró algo y me vieron,  sin perder tiempo dije «play», se tocaron y acariciaron, la bailarina se puso en cuatro, y mi amiga le metió la lengua en el culo mientras le acariciaba el sexo. Mi pene estaba duro, y yo muy cómodo con mi espectáculo. La rubia se volteó y quedó sobre su espalda para que la lamieran. Yo gozaba viendo el culo perfecto de mi amiga, tomó su tiempo hasta colocarse encima de ella, sexo contra sexo, se estrujaban bien, a ritmo, sin dejar nada al azar, ni perder tiempo, cambiaron de posición y ahora era mi amiga que estaba sobre su espalda y la estaban chupando de muy buena forma. Reconocí su respiración, conté los segundos y se vino, suave, temblando. La bailarina se monto encima y otra vez, contoneando el cuerpo y se vinieron juntas, yo estaba a punto de saltar al ruedo, pero me contuve. Se acariciaron muy suavemente, se vistieron y salimos. La bailarina rubia no aceptó la propina, y le susurró algo al oído a mi amiga, un beso de despedida y adiós.

Sin cruzar palabras, nos montamos en el auto, conduje en silencio por varios minutos, ella batió la cabellera y grito «coño que divino», volteó y fue directo a mi pantalón, lo abrió, lo saco y me acarició, me beso, y bajó, comenzó a chupar divinamente, con frenesí, sin parar, se lo metía hasta el fondo, lo sacaba y volvía a su ritmo desenfrenado. Paré en un semáforo, obligatoriamente, y yo que explotaba, la calle estaba vacía, desierta. Ella abandonó mi sexo por un instante, se arrancó las pantaletas y se montó sobre mi, movió las caderas, solté el volante, metí el freno de mano,  le agarré las nalgas, la estruje contra mí, me abrazó, calmó las caderas y dijo «aquí estoy»… respiramos y nos vinimos juntos.

Nos besamos, nos veíamos a los ojos sinceramente, y de pronto escuchamos un auto, cornetas y cambio de luces, reímos y como pude arranque el auto con ella encima. Logré estacionar más allá, nos arreglamos y se acurrucó en mi pecho, dijo «pícaro vamos a dormir que aún quedan dos días más»…

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