El mal polvo

Es una morena tropical muy atractiva, guapa, de bellos ojos y sonrisa amplia, cabellera negra hasta los hombros, dedos delgados, desde lejos se le notan aquellas caderas impresionantes, a las que me quedé guindado más de una vez en el cafetín de la universidad, piernas largas, y para mejorar el cuadro, también contaba con dos buenas tetas, grandes y naturales. Esa mujer es y será un homenaje a la belleza de mi tierra. Una vez la vi vestida en una braga de jean con sandalias y se veía bien, otro día la cruce en una de esas fiestas de «preventa» que hacían los grandes diarios, andaba en mini falda, tacones y camisa, aquello era un espectáculo, me saludó, me dio un besito, y solo atiné a decir «¡Wao!»…

Una parte de la «historia» entre nosotros, fue una serie de encuentros y desencuentros, cuando ella podía, yo no, y viceversa. Muchos amigos en común, tanto en la universidad como en lo profesional, nos tropezamos en algunas fiestas, reuniones y hasta en marchas políticas. Pero nada, no se concretaba nada.

Al regreso de un largo viaje laboral por Asia, me invitaron a un brunch dominguero en Chacao, yo andaba de agente libre buscando fiesta, ella, al parecer, en la misma. No paramos de vernos, había un toma y dame visual instaurado y apetitoso.

La velada sin mayores sorpresas: había de todo, sobre todo amistad universitaria, cientos de cuentos y anécdotas profesionales y chismes mundanos. Hacia la tarde ya se escapaban los primeros amigos, yo quería pasar por donde la abuela para darle un besito y seguir a mi apartamento. Me lancé un trago y me despedí. Ella también se despidió, bajamos juntos, la acompañé hasta su auto e intercambiamos teléfonos y nos despedimos de nuevo con un beso cortés, tibio y catalizador. Le piqué un ojo y emprendí mi ruta.

Yo andaba a pie, desde hacía tiempo prefería la calma peatonal al apocalipsis automovilístico caraqueño. Bajaba a paso dominguero por la avenida principal cuando escuché su voz «¿te llevo?», respondí «¿a donde?»… Me miró de arriba abajo y dijo riéndose «móntate… tú no aguantas dos pedidas».

Le expliqué que tenía que pasar a visitar a mi abuela, tenía meses sin verla y vivía muy cerca, en La Floresta. 

Manejaba muy segura, le vi las piernas, me pilló y se dio gusto. Le indiqué el recorrido más largo para disfrutar de su destreza al volante y, obviamente, de ella. Estacionó, bajé, rodeé el auto para ir hasta su ventanilla, me acerqué y le di un piquito, aceptó. Metí un brazo para acariciar sus piernas, las abrió y llegué hasta sus pantaletas que estaban mojadas, se la toqué suavemente y se estremeció… Desde una ventana escuché «¡mijito! ¡Mi amor!», era mi abuela. Saqué la mano de entre sus piernas y le di otro piquito, estábamos ardiendo.  Prendió el auto y mientras nos despedíamos me vio cómo me olía la mano… sonreímos.

Camino al Metro, sonó el celular, «¿Aló?»… escuché «que buen nieto eres» y suelto una carcajada. Le pregunté dónde estaba, y suena un cornetazo, brinqué del susto, «aquí»… busqué y era ella, cagada de la risa…

Entré, la besé y arrancó… Me preguntó donde vivía y le dije «sabes muy bien dónde, hace unos cinco meses dejaste a unas amigas en mi casa para una fiesta» peló los ojos y ahora era mi turno de reír. Seguimos derecho, paró en una heladería y saltó por un sundae de chocolate con crema. Hablamos sobre las cosas que se podían hacer los domingos en Caracas, y coincidimos con la buena época del Autocine de los Chaguaramos, reímos, estábamos cerca y pasamos, las puertas estaban abiertas y dimos una vuelta, nos paramos para besarnos, acariciarnos como unos adolescentes, hasta que el vigilante nos echó.

Llegamos a mi apartamento, le preparé un tequila, y se quedó viendo la decoración: «si, claro es como me lo habían contado» se aventuró a mi cuarto, y encendió la luz, y preguntó «donde está la cámara?»… Dejó ver que conocía mi modus operandi, mis pasiones locas, le gustaba jugar y no era ajena a nada de lo que iba a pasar.

No respondí y me serví un tequila. Regresó a la sala, brindamos y de una sola vez bebimos nuestros shots, nos besamos lentamente, mientras la tarde caía allá afuera, sonaba una alarma de auto y las guacamayas despedían el día. Abrió las piernas y fui hasta allá con la diestra, sin dudar, suave, mojada, caliente, la toqué, soltó en mi cuello «qué rico»… la siniestra se fue hasta sus tetas, le quité el sostén, respiró profundo y ella hizo lo propio con su derecha, fue hasta mi sexo, sin rodeos lo agarró con fuerza, apretó y con la otra desabrochó el pantalón, íbamos rápido. Otro shot de tequila, y nos fuimos a pasear por las nalgas, ella en las mías y yo en las de ellas. La desvestí y ella copió la acción, la monté sobre la mesa, se estiró sobre ella, y la vi así, por primera vez, espléndida, desnuda, divina, me veía fijamente con esas paraparas negras, me acerqué y le besé las tetas, mientras la tocaba, ella se estiraba más y más, fui a lamer su entrepierna, lamer y después chupar profundamente, con la barbilla acaricie el clitoris y vibró de placer.

Pasamos a la cama, verificó cuidadosamente la inexistencia de cámaras ocultas, ella confirmaba saber de mis hábitos videográficos, me vio fijamente y negué con la cabeza, «de verdad» dije. Se tumbó de espaldas y me lanzó con el dedo un «ven acá» me acerqué, abrió sus piernas, me apoyé sobre las rodillas y la penetré, suave, más suave, ella apretó su sexo divinamente, entré más y ella se acomodó mejor, la tome por las caderas, ella me acarició el pecho, subió hasta el cuello y se colgó con las dos manos, subió sus rodillas y me apretó con ellas, cruzó sus piernas y me apretó contra ella, era imposible moverse o escaparse, apenas un movimiento, pequeño, orbital, diminutos vaivenes, y perdí el control, era demasiado para aguantar, venía mi descarga y no era un buen momento, ella apenas estaba comenzando a disfrutar. Saqué mi pene y me fui, acabé, le bañé las tetas, esas esculturas redondas, grandes y bellas, quedaron empapadas.

Frustración, intente explicarle que ella era demasiado, que estaba muy buena y coño… Que esperara un rato, y …no lo tomó bien, se vistió, puso cara de aburrimiento y se fue.

En los días futuros intenté enmendar la insatisfacción y nada, no concretamos… parecía que nuestras agendas no coincidían, o ella ya no tenía por qué.

Meses más tarde y gracias a una serie de compromisos profesionales en el exterior, me fui quedando fuera del país, hasta que decidí emigrar definitivamente, le perdí la pista por varios años, gracias a los amigos comunes supe de ella. Y después nos contactamos por Facebook, estaba aún mejor, vi varias fotos, muy guapa, la mirada y sonrisa, hace unos meses le envíe un par de cuentos eróticos, de mi propia cosecha, los más suaves para no ahuyentarla, así como para probar o tantear, leyó tres, le gustaron admitió y me retó, quería uno para ella, aquí está, sin final aún.

Ya han pasado más de diez años y por algún motivo inesperado estaré de regreso a la ciudad. Este relato lo he escrito en el avión, pero confieso que desde hace tiempo me visita la idea, se lo enviaré esta tarde, la buscaré e intentaré nuevamente, ella bien lo vale.

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