Balcón

Interior noche. Balcón vista a Caracas. Colinas de Bello Monte, suenan los grillos típicos de una ciudad apocalíptica que duerme.

Todo el mundo se acomoda en tu casa, tus padres al fondo del pasillo, lejos y cautos, la hermana menor, en la sala, sobre el sofá, se duerme frente a la tele. Me invitas un ron que buscas con cuidado y en silencio en el bar de papá. Nos asomamos al balcón y vemos cómo el Ávila adorna la oscuridad, las luces divertidamente desaparecen en el horizonte urbano, un perro ladra, un frenazo y un «coño de tu madre» se escucha abajo en la calle…

Reímos agradablemente, sin vernos, sin tocarnos, apenas cerca, la risa desaparece, e instantáneamente un beso, una lata, un jamón, lenguas, luego manos, mordiscos, olores. Escuchamos una puerta y callamos, era tu hermana rumbo a su cama, reímos y me abrazas por detrás. Siento tus tetas duras en mi espalda, me preguntas, que si me gusta y te respondo, que el ron está muy bueno, me susurras en la oreja un tímido «gafo» y me hundes una uña en la tetilla derecha, y agregué «mejor».

Siempre detrás de mí, pasas tu mano al interior de la franela, me das cariños suaves y circulares con los dedos, la otra mano va hasta mi cintura, encuentra ese hueso que te gusta tanto, lo palpas, lo aprietas, tus manos cambian de posición al mismo tiempo, tu derecha sube al pecho y la izquierda baja a mi cintura y se repite el rito, tus tetas allí haciendo presión en mi espalda, me das un beso en el cuello y te retiras, tomó un sorbo de ron, abajo veo como una pareja forcejea en un carro, ella no quiere y él insiste, una flaca alta y entaconada baja del carro y escuchamos nuevamente «¡El coño de tu madre chico!».

Río y volteo.

Habías cerrado las puertas corredizas y las persianas del balcón, caminas hacia mí, y haces un gesto con la mano para que voltee, giro y llegas de inmediato a mi espalda, esta vez sentí las tetas hirviendo y tus manos me atraparon una vez más, abriste la correa, el pantalón y el interior lo bajaste al mismo tiempo, ya estaba erguido y las venas abultadas, lo agarraste duro, apretaste y soltaste, escuche un «que sabroso», lo frotaste, cambiaste de mano, me mordiste el cuello, me acariciaste las nalgas, todo aparecía y encajaba perfectamente.

Bajaste lentamente acariciando mi espalda con tus tetas, hasta que llegaste a las nalgas y me voltee.

Por fin.

Te descubrí sentada en un taburete de cuero, tamaño miniatura, perfecta la altura, mi sexo quedó entre tu cara y tus tetas, también te habías desabrochado la blusa, dejándolas al aire, redondas, pálidas, de pezones rosados y erguidos.

Te toqué las mejillas, dijiste no con la cabeza, era un gesto infantil, él de ambos. Sin crédito ni sentido para la ocasión en curso.

Tus manos apartaron las mías para continuar masturbándome, primero con una mano, luego con la otra, se intercalaban, entre las nalgas y el pene, lo veías fijamente pero no te lo metías en la boca, me excitaba eso, más de lo que ya estaba, no me permití proponerlo, quería saber hasta dónde llegarías. Bajaste el ritmo, ahora era más lento, pausado, acercaste la cara, lo oliste, pasaste la lengua del glande a la base, lo lamiste unas tres o cuatro veces, te frotaste la cara con el un buen rato.

Pausa, me ofreciste un sorbo de ron con tu boca, bebí lentamente, estabas eufórica, la cara rosada y con punticos de sudor, los ojos llenos de malicia, tomaste nuevamente un trago, y urgentemente te metiste el pené en la boca, primero ardor, sorpresa y acuse de placer después, hasta el fondo cinco, seis… diez veces, después solo la cabeza, cinco, seis veces o más, y otra vez, se repetía el ciclo.

No sabía qué hacer para complacerte, ni me atreví a preguntarte, estabas poseída, loca y entregada al «coito per os»

Te confié que faltaba poco, me agarraste las nalgas, hundiste tus uñas, tu euforia aumento y seguiste chupando con un ritmo olímpico, «aquí viene» te dije, soltaste las nalgas, lo sacaste de tu boca y continuaste con una mano, inflaste el pecho y advertí lo que querías, llegó y te bañé… en ese instante sentí cómo te venías.

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