Rêve

«Las fantasías eróticas nocturnas son iguales en hombres y mujeres. Lo que cambia es que ellas se niegan a aceptar esos deseos transgresores». Sigmund Freud

Sentí en los ojos un persistente y suavecito aleteo, el beso. Sí, el de la mariposa. Luego una mano tibia se colaba entre mis nalgas, un pellizco pícaro me motivó a abrir los ojos, me topé con una melena ensortijada que no me dejaba descubrir quién era. Opté por seguir con los ojos cerrados, la boca me mordió el lóbulo de la oreja izquierda, luego la lengua inquieta jugó por allí y por acá. La mano, paso al frente, encontró mi pene, lo apretó, lo acarició y sobó hasta que lo modeló a su gusto, me pellizcó una vez más y me abandonó por un instante. Dudé. ¿Se fue? Pausa… uno, dos, tres respiros y escuché «Aquí estoy». Abrí los ojos y descubrí frente a mi cara un culo con marcas de bronceado, bello, perfectamente delineado, respiré profundo, olía rico… no dudé más y le metí la lengua. Escuché algún murmullo que denotaba agrado, pasé un buen rato allí jugando con mi lengua.

Se volteó y finalmente le vi la cara: eras tú. Sin perder tiempo y aprovechando la sorpresa, me agarraste el pene nuevamente, lo sobaste y me dijiste «métemelo». No alcance a imaginarme ni cómo ni por dónde, súbito te acostaste sobre tu espalda, la arqueaste, subiste las caderas, extendiste los brazos hacia atrás, fue allí que te sentí hirviendo y tremenda.

Avance con las rodillas, me acerqué, te tomé por las caderas, con las manos bajé de las caderas hacia los muslos, fuertes y tersos, pasé una mano sobre tu pubis recién rapado, acaricié en círculos unos pelitos mínimos en línea recta que dejaste adrede, reparé en las caderas nuevamente, no sé si te penetré o tú me absorbiste.

Tu respiración era un largo zumbido, no parabas, los ojos cerrados, la boca abierta, exhalabas… Seguí tu ritmo y cadencia por un buen rato, bajamos la marcha, fue un descanso, un tomar aire, apenas olía a sudor y a sexo. Te giré, abrí tus nalgas, pasé la lengua, me chupé el pulgar de la mano izquierda, lo hundí lentamente en tu culo, lo hundí hasta que sentiste el anillo y apretaste, arqueaste la espalda, suspiraste, me di placer viendo tus nalgas erizarse, te di un par de nalgadas y dos más, te apreté fuerte. ¡Reaccionaste! Aflojaste y te penetré.

Respiramos, resoplamos por la boca, meneaste las caderas y batiste la melena. Te agarre por la melena con la mano derecha y con la izquierda te apreté contra mi pecho, comprendiste el mensaje, moviste las nalgas suavemente, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, te solté y desde atrás te sujeté por las tetas…

Sentí que te venías, bajé las manos hasta las caderas, abrazaste una almohada cercana, cómoda, a tus anchas, paraste el culo y te volví a meter el pulgar izquierdo, apretaste tu sexo y la almohada al mismo tiempo y murmuraste “dámelo todo”.

Luego reímos un rato, me dormí y sentí en los ojos un persistente y suavecito aleteo, el beso. Sí, el de la mariposa…

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